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Nieves Moreno Gallardo

INTROSPECCIÓN TRAS MÁS DE UN AÑO DE TALEGO INJUSTO (Por Francisco Javier Pérez Muñoz)

DESDE LA PRISIÓN DE JAÉN II

Desde el patio del módulo 3 (de respeto) recuerdo que el día 4 de febrero de 2009, cuando ingresé en prisión, no me hacía ni la remota idea de la pesadilla inimaginable en que se convertiría mi proceso de "aclimatación" a esta enorme jaula durante las primeras semanas.

Nada más llegar, me ingresaron en el módulo 2 (conflictivo) y me retiraron durante tres meses (estando ya en total desacuerdo) el severo tratamiento que traía contra la gravísima depresión clinica que se me diagnosticó en el exterior a raíz de las DENUNCIAS FALSAS con la que mi ex pareja, fácilmente, había arruinado mi vida y me había alejado de mis dos hijos. Dificilmente explicable con palabras el calvario que aquello me supuso. Durante las dos primeras semanas no dormí absolutamente nada. Perdí la noción del tiempo, llegando incluso a no saber si ya llevaba 4, 8 o 15 días encerrado. Aún siendo invierno, no podía desprenderme de una sensación de calor insoportable. A todo ello hay que añadir la presión insufrible y constante a la que me sometian tanto los carceleros, en forma de órdenes, como los otros internos en forma de amenazas que afortunadamente no llegaron a materializarse.

A las 5 de la madrgada me invadía una sensación ahogadiza que me conducía (harto de dar vueltas en la cama) a apoyar, pegar e incrustar mi cara a los barrotes horizontales de la ventana, insistiendo tercamente hasta que estos se quedaban marcados en mi frente y en mi barbilla. Mientras, me perseguían múltiples ruidos de tuberías y desagües, golpes de puertas metálicas que se abrían y cerraban sin un ápice de consideración hacia quienes intentábamos descansar. Y extraños graznidos de gritones pájaros nocturnos. Aquel tétrico universo alojaba en mi mente la sombra del miedo a morir entre rejas. Por ello, pedía cita continuamente con el médico para suplicarle auxilio profesional. Sólo quería que me escuchara, que simplemente se imaginase los conflictos internos que azotaban mi realidad cotidiana y sobrevenida. Supongo que esta angustia sólo sera entendida por alguien que, leyendo estas lineas, haya padecido alguna enfermedad depresiva crítica como ha sido mi caso. Día a día fui siendo consciente de que, pretender aqui algún tipo de mínimo socorro, era una fantasía, en esta casa donde los médicos, después de haberte puesto todas las vacunas habidas y por haber para que no pilles ninguna enfermedad (menos mal) te tratan como si fueses un objeto, un número o, si tienes mucha suerte, como una cabeza de ganado. Esta deshumanización me hizo ir comprendiendo día a día lo inútil de pedir ayuda a los profesionales de aquí.

 

Así que no es descabellado imaginar que si hubiera padecido alguna dolencia del corazón, esta podría haberse agravado o incluso podría haberme provocado un fallo cardíaco. Según el libro "Las mujeres que no amaban a los hombres" de Diego de los Santos, la revista Archives of Internal Medicine publicó en 2009  que los individuos que han estado encarcelados entre los 23 y 35 años tienen una tendencia de hipertensión arterial casi el doble que los que nunca lo han estado y más del triple de posiblidades de padecer hipertrofía del corazón. Los autores de dicho trabajo estiman, asimismo, que la entrada en prisión puede ser considerada como un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos que, a su vez, incrementan el peligro de sufrir enfermedades cardiovasculares.

Con aquel panorama que ahora recuerdo como la peor de mis pesadillas, más de un año después, no tengo más remedio que dar gracias a Dios por seguir vivo. Entre rejas, pero vivo.

Francisco Javier Pérez Muñoz

DNI  77.324171

NIS 2005016175

1 comentario

María Jesús Pérez Labella -

Mi imaginacion vuela al leer esta situación... El vello se me eriza... ¿Que más se puede decir tras leer esto?
Terminas totalmente congelado, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad diría lo mismo que yo... Una vez más te digo, ánimo.
Sabes que todos, absolutamente todos... te apoyamos. Un beso!