INOCENTES ANÓNIMOS EN LA CÁRCEL: DOBLE CRUELDAD
Muchas y muchos de los que seguís mi blog asíduamente sabéis que constantemente animo desde aquí a que salgan a la palestra y pongan el grito en el cielo los miles de hombres que se encuentran en la misma situación que mi hijo MAG. Se da la circunstancia de que, aunque los abogadoss recomiendan lo contrario (mala recomendación si tenemos en cuenta que sus clientes acaban en el mismo sitio que mi hijo) el silencio y el anonimato solo propician que esta lacra de las DENUNCIAS FALSAS parezca un asunto minoritario y residual cuando lo cierto es que hemos llegado a un punto en el que ¿quién no conoce a estas alturas algún buen hombre al que su ex pareja le ha arrebatado canallescamente los hijos, la vivienda, parte del sueldo y hasta la LIBERTAD
Referente a este asunto de publicar a los cuatro vientos estas atrocidades hace algunas semanas recibí por correo electrónico un texto que viene a reforzar mi postura, el cual publico a continuación aunque aún no he conseguido averiguar quién es su autor, que debe se alguien muy famoso por lo que narra.
"En mi caso la notoriedad de mi vida en prisión pertenece al acervo común de los españoles desde aquel ya lejano 23 de diciembre de 1.994, en el que, tras la frase del juez -así llamado- García Castellón "lo siento mucho pero he tenido que dictar contra usted auto de prisión" me condujeron, tras un breve paso por las dependencias judiciales, a la prisión de alta seguridad del Estado, llamada Madrid 2 en los documentos técnicos del Ministerio y Alcalá Meco entre el común de los mortales. Así que mayor notoriedad imposible. No solo no me importa sino que lo considero uno de mis mejores activos. Cuando tienes que cumplir cárcel, cerrado en una celda, paseando por el patio de los presos, asistiendo con los platos y cubiertos de plástico al ritual de coger comida y la cena del día, cuando todo eso te sucede y, encima, tu vida se cubre con el ropaje del anonimato, la cosas empiezan.
No, tal vez, si te sabes culpable, porque en tal supuesto no quieres que nadie conozca, no sólo que has estado en prisión, sino que cometiste el delito por el que te encarcelaron.
Si te encierran -o eso entiendes- por el juego de la Razón de Estado, castigarte con el anonimato además de con la pérdido de libertad, se convierte en una saña excesiva, en una crueldad lacerante. Encerrado y encima nadie se ocupa de ti, a nadie le importas, aunque solo sea para odiarte. No perteneces a su acervo de odios y envidias. Eres un número. Un preso encerrado en una celda anónima en la que consumirás el sinsentido de tu vida golpeado por la intrascendencia social de tu existencia carcelaria. Se necesita ser muy fuerte para superar ese trago. Yo, en cualquier caso, nunca tuve que probar semejante cáliz porque, como digo, mis entradas y salidas de prisión fueron cubiertas con todo lujo de detalles por las terminables mediáticas del Sistema con el propósito -digo yo- de mostrar, envuelta en el atributo ejemplarizante, la verdadera fuerza del poder real.
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