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Nieves Moreno Gallardo

La historia de Zafar Abbas (1)

Hola amigas y amigos:

A lo largo del tiempo que mi hijo ha permanecido en prisión, he ido recibiendo cartas de alguno de sus compañeros que están pasando por el mismo trance amargo. Recordaréis los casos de Francisco Javier Pérez Muñoz y de Manuel Pérez Rodriguez.

El pasado lunes 29 de agosto recibí una carta de Zafar Abbas detallándome su caso para que se lo publique en mi página web. Si mi hijo (que en estos dos años de cárcel se ha convertido en experto en distinguir maltratadores de verdad, de simples inocentes) le está ayudando a reflejar su historia por escrito, y le ha dado mi dirección para que me escriba, es que la historia de Zafar merece total credibilidad. Por ello olvidada la polémica que se generó con el artículo de David Fernádez Parra, me he decidido a publicar la historia de este chico pakistaní de 35 años. Como es un poco extensa, he decidido dividirla en dos partes. Espero que os resulte interesante conocer estas tragedias que están ocurriendo tras unos muros a tan solo 50 kilómetros de aquí.

 

El desembarco de Zafar en Cataluña

Hola, me llamo Zafar Abbas y escribo a Nieves, para contaros lo que me ha pasado. No estoy pidiendo la libertad, ni siquiera un abogado, porque soy consciente de que ya no me saca nadie de prisión, pero quiero que la gente de España sepa la verdad de sus leyes y se animen a manifestarse igualmente por nosotros para cambiarlas. Leo bien el idioma castellano, pero escribirlo me cuesta bastante, así que MAG está escribiendo mi historia mientras yo se la voy dictando.

Estoy en el módulo 3, donde con mucho sentido del humor los compañeros me llaman Apu, pues, me parezco fisicamente y en la forma de hablar al Pakistaní que sale en los Simpson.

Nací en 1 de enero, como MAG, pero un año después. En 1976. En Rawalpindi (Pakistán). Allí fui a la escuela y recibí educación primaria, pero con 19 años tuve que emigrar a otros países para mejorar mi vida. Durante varios años, en los que trabajé sin  papeles, pasé por Irán, Turquía, Grecia, Italia y Francia. Hasta que llegué a Barcelona en 2002 y, después de tres años en los que no paré de trabajar de forma ilegal, por fin obtuve mi DNI X-6780206-J. Con todos mis papeles en regla encontré un trabajo relacionado con la recolección de fruta en Lleida. Posteriormente encontré un trabajo mejor en una fabrica de césped artificial para campos de fútbol. Un fin de semana conocí a María Pilar (nombre ficticio) que era de mi edad y tenía dos hijos, uno de 6 años y otro de 8 años. Empecé a salir con ella y, junto a mi nuevo trabajo, pensé que la vida por fin empezaba a sonreirme. Al cabo de un mes le confesé mis sentimientos, ya que yo soy mulsumán y para mí no tenía sentido salir como si fuésemos niños, sino que deseaba formar una familia ahora que tenía un buen trabajo y mi situación era legal. Ella me respondió que también deseaba encontrar a un hombre que no la dejase tirada y que aceptase sus dos hijos. Tras escuchar y evaluar sus condiciones, le respondí que no tendría problema en aceptar y respetar a sus hijos como si fueran míos. Entonces acordamos vivir jumtos.

La verdad es que de repente me encontré en una familia donde mandaban los niños, sobre todo el mayor, que era problemático a más no poder por haber recibido una deficiente formación anterior.  A sus 8 años ya tenía una fuerza física tremenda y pesaba 80 kilos, fruto de una alimentación muy descuidada por parte de su madre y de su padre. Cada 60 minutos aproximadamente , el nene abria el frigorifico y engullía lo primero que pillaba. Golosinas, dulces, bollería, carne... lo que fuese. Yo le decía a su madre que a esa edad aún estabamos a tiempo de enseñarles hábitos alimenticios y de llevarlo a médicos o a endocrinos, pero a ella le gustaba verlo devorando pasteles porque pensaba que eso era tenerlo bien alimentado. Además de eso, tan pequeño quería fumar, quería regresar a las dos de la mañana, no quería seguir estudiando y ya lo habían expulsado de varios colegios. Cada dos por tres nos llamaban sus profesores porque, aprovechando que era mucho más grande que sus compañeros, les agredía habitualmente. La madre olvidaba pronto el problema echando la culpa a los profesores, y eso a mi me preocupaba mucho.  El niño pasaba olimpicamente de escucharme cuando yo intentaba hablar con él para inculcarle unas pequeñas normas de convicencia, y me amenazaba con escaparse para irse a vivir con su padre, que también vivía en Lleida. Otras veces, incluso se violentaba conmigo y me amenazaba asegurando que su padre me iba a matar. Para colmo, esos comportamientos estaban comenzando a influir en su hermano pequeño que, por fortuna, aún se portaba bien, no fumaba y respetaba el horario de llegada a casa.

Todas las mañanas yo me lenvantaba a las 6:30 y sudaba tinta para sacarlos de la cama mientras mi pareja les preparaba el desayuno. Yo los acompañaba a pie hasta la escuela, pero siempre llegábamos tarde porque a mitad del camino se negaban a continuar, y se peleaban en plena calle formando un espectáculo. Cuando yo intentaba hacerlos recapacitar, su respuesta más suave hacia mí era "¡Tú no eres nuestro padre!". A pesar de estos importantes problemas, acepté a los dos y los traté como si fuesen mios.

Durante los primeros meses, la conflictividad de los niños con el beneplácito de la madre no me ocasionaba ningún tipo de problema con ella, pues yo olvidaba el asunto pensando que, con el tiempo, con la convicencia, y con cariño hacia ellos, todo se solucionaría.

Después de un tiempo dejé embarazada a María Pilar y nos surgió la oportunidad de trasladarnos a Lorca porque encontré un trabajo recolectando tomates y lechugas. Pudimos trasladarnos a Lorca gracias a que los niños dieron su visto bueno. Si los niños se hubieran negado, hubiésemos tenido que quedarnos en Lleida. Yo seguía pensando que aquel dominio de los niños remitiría con el tiempo. Ahora me siento gilipollas por haber pensado así, pero también me siento orgulloso de haberlos amado como si fuesen sangre de mi sangre y de haberlo dado todo por ellos.

En Lorca no cambiaba la actitud del mayor. Yo intentaba educarlo y le regañaba cuando era necesario. Hasta que la madre se hartó de verme regañándole y comenzó a ponerse de su parte de una forma radical. Del colegio de Lorca también nos llamaron al final del primer trimestre para decirnos que iban a expulsarlo, debido a su actitud incorregible. La madre seguía convencida de que la culpa era de los profesores, que no estaban capacitados para educar al niño. Cuando yo intentaba hacerla entender que no podían ser malos los profesores de Lleida y de Lorca, y que el niño tenía un serio problema por la educación que había recibido en casa hasta los 8 años, empezaron las agrias discusiones entre ella y yo. Mi opinión le sentó muy mal, lo que degeneró en una enorme tensión familiar. Ella, tras una discusión el 29 de diciembre de 2008, llamó enrabietada a su madre poniéndome verde, y su madre llamó a la policía de Lorca, que me llamó por teléfono preguntándome mi dirección, la cual les di tranquilamente porque,  al no haber pasado más que una riña familiar, no tenía nada que esconder. A los cinco minutos llegaron preguntando qué había pasado, y pudieron comprobar que lo único que pasaba es que mi compañera estaba un poco alterada debido a la discusión. Le preguntaron si quería denunciarme, y ella, para mi sorpresa, respondió que si. Me llevaron a declarar y pasé aquella noche en el calabozo.

Al día siguiente hubo un juicio rápido donde ella declaró que yo le había golpeado amenazado y maltratado, sin presentar ni una lesión, ni un moratón, ni un golpe, ni un in forme médico, ni un solo testigo de un simple insulto. Solamente su testimonio. Mi abogado de oficio me aseguró que, aunque no hubiese ni una sola prueba contra mí, la ley estaba de tal forma que, si no declaraba mi conformidad con todas las imputaciones, se me iba a caer el pelo. Así que, asustado, di mi conformidad. El abogado me entregó la sentencia diciéndome "ya hemos acabao" y desapareció sin darme más explicaciones. Por lo poco de idioma español que yo sabía, lei en el papel que el juez decretó mi libertad, pero con 88 día de trabajos a la comunidad y una orden de alejamiento de 200 metros durante dos años. Entonces me quedé contento porque no iba a la cárcel, pero ahora que Miguel Ángel está ayudándome leyéndome lo que pone en mis papeles siento que aquel abogado me tomó el pelo, ya que si yo hubiera sabido las consecuencias de haber dado mi conformidad, lo habría negado todo rotundamente.

Continuará...

 

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